miércoles, 10 de noviembre de 2010

En cierto banco...

Coches de todos los colores, marcas y modelos pasan a gran velocidad sin dejar tras de sí más que una capa de polución. En la acera gente de todas las edades y estaturas corren arriba y abajo llegando tarde a algún lugar. Y en aquel banco, descolorido por el paso del tiempo, sigue sentada una mujer. Nunca nadie repara en ella si no es para increparle que está en medio. Nunca nadie la ve llegar ni nunca nadie la ve marchar. Pero ella sigue allí. Día tras día. Tarde tras tarde. En su cara, ya arrugada, se dibuja una sonrisa cansada y sus ojos, aquellos ojos oscuros para quien quiera fijarse, desprenden tranquilidad. La paz y tranquilidad de quien ha vivido penas y alegrías. La luz de quien ha sobrevivido al paso de toda una vida.

Si alguien se acercara a ella y se sentara en aquel banco gozaría de su compañía y se empaparía de su sabiduría. Puede que nunca haya ido al colegio, que no sepa de matemáticas, de finanzas o de tecnología. Puede que no tenga una carrera universitaria pero es licenciada en la vida. Ha sido sastre, costurera, economista, psicóloga, jardinera, cocinera, limpiadora, profesora, educadora, camarera, enfermera, niñera... no en vano ha sido esposa,  madre y mujer en una sociedad patriarcal. Ha vivido muchos cambios y ha luchado por muchos de ellos. Ha visto cómo la sociedad cambiaba, a veces a mejor, a veces a peor. Ha visto cómo pequeñas ciudades de provincia se convertían en grandes e importantes núcleos urbanos, cómo las mujeres accedían a la educación y a la vida laboral con una progresiva idea y ejemplo de igualdad. Ha visto desaparecer los pequeños comercios sustituidos ahora por grandes superficies comerciales, igual que ha visto cómo han ido sustituyendo puestos de trabajo por máquinas inanimadas. Todo ello en pos del progreso y la modernidad. Pero ahora que por fin goza de tiempo para sentarse y observar todos esos cambios se da cuenta que persiguiendo el progreso la sociedad se ha olvidado de vivir.

Todo el mundo vive pendiente del reloj. Desde que suena el despertador por la mañana hasta que lo programamos para la mañana siguiente vamos corriendo a todos lados para no llegar tarde. Por eso ahora se sienta en ese banco sin esperar nada en especial. Porque para ella no hay nada mejor que poder disfrutar del tiempo, que al fin y al cabo es de lo que se compone la vida, compartiendo con quien quiera "perder" algo de su preciado tiempo el placer de respirar y contemplar la sociedad que hemos construido para poder soñar y luchar por un futuro mejor.

2 comentarios:

Indefinida e indefinible dijo...

Llevo varios días releyendo esta entrada y no se me ocurre qué comentar...

Cargado de sensibilidad.
Emocionante.
Feminista (que no hembrista).

Simplemente maravilloso, Náufraga.

Náufraga dijo...

Uff... Gracias =)